Que Alternativa para Alemania (AfD) no está en
su mejor momento es un hecho. Atrás queda el pasado mes de enero, cuando todo
parecía ir de cara para los movimientos populistas. Es cierto que en Austria el
ultrancionalista, Norbert Hofer, del Freiheitliche Partei Österreichs, había perdido en diciembre contra el ecologista Alexander Van der Bellen,
pero es que apenas
hacía unas semanas que Donald Trump había sido elegido presidente de Estados
Unidos. Además, todo hacía indicar que el holandés Geert Wilders iba a
proclamarse como ganador de las legislativas del Países. Y si a todo esto le
sumamos la gran victoria del Brexit, los populistas alemanes se veían con
opciones de superar la barrera del 10% y dejar de ser una formación residual para
convertirse en un actor que marcara el compás del discurso político del país.
Derrotadas sus formaciones hermanas en
Holanda y en Austria, AfD se siente huérfana de referentes europeos, no
anglosajones, que pudieran ser ejemplo de la nueva política que dicen querer
traer. Si a esto le añadimos las salidas de tono de algunos miembros, que han
llegado a coquetear con el nazismo, y el impulso que están teniendo los
socialdemócratas, de la mano de Martin Schulz, todo indica que se haya pinchado
la burbuja populista.
Tal es la desesperación de AfD por volver a
tomar protagonismo, que su presidenta, Frauke Petry, ha descrito a su formación como “uno de los pocos
defensores del modo de vida judío, más aún en tiempos de en los que Alemania
recibe una gran migración ilegal antisemita”. El doble mensaje, en la línea de
Marie Le Pen, es claro: mostrar su rechazo a la política de refugiados e
incidir en el mensaje islamófobo para recibir el apoyo de los sectores más
extremistas de su formación.
Tengámoslo claro, AfD se encuentra
muy dividida y esta debilidad puede hacerle perder muchos apoyos en las
elecciones al Bundestag. Mientras que Petry aboga porque haya un solo candidato
a la cancillería, sus adversarios internos optan por la vía de la bicefalia,
como hacen otros partidos políticos germanos, tales como Die Linke y Los
Verdes. ¿Así que que ha hecho Petry para desatascar la situación? Pues recientemente
lanzó un órdago y expresó públicamente que ella no depende de AfD ni de la
política. Una maniobra clara para conseguir la movilización de sus defensores y
que se llegue a un acuerdo a sólo seis meses de las elecciones federales.
Las
luchas internas no son algo nuevo en Alternativa para Alemania. Incluso podemos
decir que son parte de su ADN. Un ejemplo de ello es la propia Petry llegó a la
cúspide del partido destronando al entonces líder, Bern Lucke, eurófobo y
defensor de un ideario conservador, aunque alejado de la ultraderecha. Por
aquel entonces Petry representaba el ala más derechista, cercana a PEGIDA, el
movimiento contrario contrario a la denominada “islamización de europa”. Ahora
Petry se encuentra asediada por el sector más radical. Hablamos de figuras como
Björn Höcke, quien criticó en un discurso los “constantes” recuerdos de los
horrores del nazismo. Por cierto, AfD aprobó su expulsión y esta todavía no se
ha hecho efectiva.
Desde enero, las diferentes encuestas reflejan una pérdida
de apoyos. La última de Der Spiegel Online indicaba que los populistas se
quedarían en un 8,2% de estimación de votos y Die Linke le estaría pisando los
talones con un 7,9%, amenazando así la tercera posición.
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