El idilio que protagonizaron en su día Angela Merkel y Barack Obama, con espionajes de por medio, ha llegado a su fin con la toma de posesión del Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Es una de las conclusiones que se pueden sacar del reciente encuentro que protagonizaron la canciller alemana y el presidente norteamericano en la Casa Blanca.
Todos los medios de
comunicación, tanto alemanes, como estadounidenses y extranjeros, coinciden en
destacar que la frialdad marcó la cita, a pesar de los esfuerzos de Merkel por controlar su lenguaje corporal e incluso a veces mostrarse cauta y comprensiva
con una persona que representa lo contrario de lo que ella cree. Frente al
fortalecimiento de la Unión Europea y deseo de ampliar el libre mercado entre
Europa y Estados Unidos, Trump opta por el aislacionismo, el libre comercio
limitado y la fórmula del Brexit. Frente a la apuesta por la diversidad y la
acogida, el político americano habla de la emigración como privilegio.
Es difícil que exista
sintonía entre dos personas que tienen unas experiencias vitales y unos bagajes
políticos tan diferentes. Por todos es conocida la vida de Merkel, física nacida en Hamburgo aunque criada en la
República Democrática Alemana, donde su padre luterano recibió un pastorado.
Fue militante de la Juventud Libre Alemana, las juventudes del régimen y se
sumó al Demokratischer Aufbruch o Despertar
Democrático, una formación que formaría parte después de la CDU. En 1990 entró
en el gabinete de Helmut Kohl como ministra de para la Mujer y la Juventud. Desde entonces, ha
hecho carrera en la política, tanto en la oposición como en el gobierno de la
república federal.
Al frente, Merkel tiene un interlocutor que es un auténtico outsider de la
política y que lo que principalmente ha hecho es hacer dedicarse a los
negocios, fundamentalmente en el sector inmobiliario. Este aspecto es
fundamental en Trump y aquí, en Europa, no estamos acostumbrados a sus formas,
en lo que se corresponde a la manera de hacer política. Si a ello le sumamos
su carácter de showman, para el que todas las facetas de la vida se reducen a
ganar en las negociaciones e imponer sus posturas, Merkel se encuentra con hueso
duro de roer.
Todas esas diferencias se pusieron de
manifiesto durante la conferencia de prensa protagonizada por Merkel y Trump.
La una cauta, el otro explosivo. La una buscando los puntos en común de ambos
países, el otro incidiendo en la idea de que los aliados de EE.UU. se han
aprovechado de su país en los años de ejecutivo de Obama.
Uno
de los puntos fundamentales para Trump pasa porque los socios de la OTAN
contribuyan más a la alianza. De hecho, hace unas semanas, el gobierno Merkel
fue el primero en mover y anunció que va a aumentar su presupuesto en Defensa
hasta el 2% del PIB en 2024, tal y como exigían los socios norteamericanos. Pero es que
además, indicó Merkel, "defensa y seguridad tiene muchas facetas".
¿Un ejemplo? La ayuda al desarrollo en África.
Algo que Trump quiere eliminar del Presupuesto de EEUU.
Con Trump y la incógnita de quién será el próximo
o la próxima canciller, lo que se abren ahora son incógnitas: ¿qué se puede
esperar del papel de EE.UU. en la OTAN? ¿Cómo van a desarrollarse las negociaciones
para la firma del tratado de libre comercio entre Estados Unidos y la Unión
Europea? ¿Jugará EE.UU. la carta de desestabilizar la UE con un apoyo claro a
Reino Unido durante el proceso de negociación de salida? ¿Y qué pasará con la
UE, y por ende con Alemania, cuando EE.UU. inicie una aproximación en sus
relaciones con Rusia?
Escucha mi último podcast en el que echamos un vistazo atrás a la historia de las relaciones entre Estados Unidos y Alemania:
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