La octava huelga general en democracia tiene visos de fracasar. Conforme pasan los años, los sindicatos van perdiendo credibilidad y ya no se erigen como un contrapeso a los poderes legislativo y ejecutivo. En primer lugar, la dependencia económica que sufren los dos grandes asociaciones de trabajadores en España hace que éstas queden sujetas a las subvenciones de uno y otro gobierno. Así, los sindicatos pierden independencia y grado de acción ante un poder ejecutivo que se sabe que tiene la mano por la sartén mientras los sindicatos le bailan el agua si el partido en el poder responde a su ideología.
Una muestra de esta benevolencia con el gobierno ha sido la postura que han mantenido las organizaciones sindicales en la segunda legislatura de Rodríguez Zapatero. Apenas se han movilizado cuando el paro aumentaba a pasos agigantados en España y han esperado a una reforma en el mercado laboral para lanzarse a las calles. La parsimonia de los dos grandes sindicatos ha conseguido que estos pierdan gran parte de la credibilidad adquirida durante la transición y los primeros gobiernos del PSOE. De ahí que hayan perdido influencia y poder de movilización. Como consecuencia, hay un desapego considerable hacia los sindicatos como instrumento de defensa de los trabajadores. Incluso muchos ciudadanos los puede llegar a considerar como una casta que sólo defiende sus intereses y que apenas consigue movilizar a sus liberados sindicales, como ha sucedido esta mañana en el Palacio de Vistalegre de Madrid.
En cuanto a los aspectos técnicos de la huelga general, el gran fallo de la movilización anunciada es la fecha elegida. No se han medido bien los tiempos y se ha convocado tarde una manifestación que debería presionar al gobierno para que cambie de opinión. El día escogido es un miércoles cualquiera, que queda muy lejos de hoy, jornada en la que el PSOE ha salvado en el Congreso de los Diputados la reforma laboral. Lo interesante de las huelgas generales es que sean capaces de modificar votaciones en los aparatos legislativos. Si no se llega a tiempo para eso, es muy difícil que un gobierno decida dar marcha atrás. Por ello, sólo puede deducirse que la intención de los convocantes es lavarse las manos sobre el asunto en cuestión y quedar bien de cara a la galería.
Además, es precisamente ahora cuando hacen falta políticas de consenso y acuerdos sociales entre los distintos agentes económicos. Una huelga general lo único que consigue es enrarecer el ambiente y el diálogo. Y, desgraciadamente, esto va a ocurrir el próximo 29 de septiembre porque el verdadero centro de los ataques de los sindicatos no va a ser el Gobierno, sino los empresarios. No se criticará al que pone sobre la mesa nuevas herramientas para flexibilizar el mundo del trabajo, sino a quienes harán uso de ellas. Si no, sólo hay que ver las razones esgrimidas por UGT en su última campaña de comunicación, que se pueden ver en su página web.
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Saludos!!
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