Memorias de un chamaquito (Parte III)

- Del primer día en el vertedero -

Iba con mi madre. Era mi primer día y no podía imaginar la que se me venía encima. Nuestra casa no estaba lejos del vertedero, así que apenas tuvimos que andar 30 minutos para ir a las instalaciones. Cuando llegué, la imagen era impactante: varias montañas de desechos se elebaban varios metros sobre nuestras cabezas, el olor era incluso más fuerte que el que sufríamos en casa y los que allí se congregaban parecían fantasmas que rebuscaban entre barro y basura. Ese iba a ser mi sitio. Allí recolectaría lo que otros consideran inútil durante más de 10 años.

Rosalía también estaba allí. Nunca lo hubiera imaginado el primer día que la vi cuando llegamos a Tegucigalpa. De hecho, fue ella quien me introdujo en las 'artes' de la recolección. La amiga de mi madre me explicó que, por un lado estaban los plásticos, de los cuales sólo los rígidos eran aptos para la venta. También había cartón, por el que no se recibía mucho dinero, pero lo que realmente daba más juego era el cobre que se podía encontrar en antiguos electrodomésticos. Este material se pagaba bien, y si un día tenías la suerte de encontrar un poco, podías doblar los ingresos de esa jornada.

Recuerdo que la primera hora en ese vertedero fue infernal. Me daban arcadas a cada paso que daba y apenas podía controlar mi cuerpo que se tambaleaba a causa del hedor. Lo peor era cuando tocaba agacharse. Al principio porque el olor se te metía hasta las entrañas, después porque los riñones me dolían a horrores cuando tenía que rebuscar entre lo que otros desechaban. Aún recuerdo lo que gané mi primer día. 23.001 lempiras, poco más de un euro. Con eso y con lo que había ganado mi madre, teníamos para alimentar a mis hermanos, que en ese momento estaban en el colegio.

De camino a casa, una fuerte tormenta nos cogió a mi madre y a mi en medio del camino. Estábamos cansados, húmedos y con frío. Es verdad que la lluvia nos quitó algo del olor que teníamos impregnado en la ropa, pero en ese momento hubiera preferido estar seco. Tras media hora de caminata, llegamos a casa. Mis hermanos ya había llegado y apenas se atrevían a acercarse a mi, no sea que les pegara alguna enfermedad del vertedero. Así que cogí el cubo, bajé a la fuente del poblado y me lavé con todas mis fuerzas, frotando tanto hasta que me hice varias heridas.

Mi madre me decía que fuera fuerte, que la situación era temporal. Le pregunté si íbamos a seguir mucho tiempo así. Apenas había empezado a vivir de la basura, pero sentía que para salir adelante tenía que rebajarme al nivel de los carroñeros. "Pronto esto habrá acabado, mi hijito. En cuanto Rosalía nos de noticias de un negocio que tenemos en manos" me dijo con cierta melancolía. Después tuvimos que esperar años. Así fue.

Comentarios

Lia ha dicho que…
Wenas!! Es un relato duro pero que refleja lo que ha de ser la realidad de cientos de niños. Me gustan tus historias, logran acercar a la gente a un mundo que no conocen.
Espero que estén pasando bien tus vacaciones.
Saludos!!
Duende Crítico ha dicho que…
Desgraciadamente Lia, esta es la historia de muchos, pero que muchos niños y no tan niños alrededor del mundo. Gracias.

Saludos!