La puntilla final



Sí, toca hablar de toros y de la decisión tomada ayer por el Parlament de Cataluña para prohibir las corridas en el territorio regional. Tengo que reconocerlo: a mí no me gusta el toreo; no me gusta ver cómo se ensañan con un animal hasta la muerte. Dicho esto, también debo dejar claro que me parece absurda -y de carácter totalitario- la prohibición nacida desde el organismo autonómico catalán porque resulta muy triste que se recurra a la coacción para defender unos postulados éticos y porque el debate ha adquirido un carácter identitario con claros tintes electoralistas.

Cuando hablamos de toros nos referimos a una tradición y, como tradición, esta alberga sentimientos y sensibilidades de una sociedad determinada. Precisamente porque hablamos de una tradición, no se puede recurrir a la prohibición como método para acabar con esta práctica porque lo que genera es una confrontación innecesaria. Y es que, debemos tener claro que no se pueden coaccionar sentimientos. Por eso, el debate sobre las tradiciones debe generarse en la sociedad de una forma sosegada y no en otros órganos de decisión que no pueden albergar todas las opiniones.

Hay que considerar que toda tradición fue en su momento un punto común para una comunidad humana y, precisamente por tener esa naturaleza, debe ser la propia comunidad la que debe decidir si se sigue o no con esa práctica. Así que no vale introducir decisiones externas porque estas pueden generar rechazo. Lo que se debe hacer es dejar decidir a la sociedad sobre las tradiciones a través de las costumbres que esta adopte. Por eso siempre he preferido que una tradición muera a través de la inacción de la sociedad. Es decir, lo que defiendo es que las corridas mueran con el olvido, porque sólo así se produce un acuerdo.

Sólo los más catetos son los que han tomado esta tradición desde el tono identitario. Es cierto que el toreo tiene cierta carga de identidad, pero resulta totalmente simplista ligarlo con la identidad "españolista". Algunos dicen que se han movido por la defensa de los derechos de los animales. Es respetable, pero resulta difícil no apreciar que determinadas formaciones se han movido simplemente por un sentimiento antiespañolista para prohibir las corridas de toros que, como he dicho anteriormente, no son exclusivamente españolas. Cuando vemos que no se han prohibido los 'correbous', en los que el animal sufre más que en la plaza, apreciamos claramente que algunas formaciones se han movido por el carácter identitario de esta tradición que consideran esencialmente catalana.

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