La llama es constante. A su paso deja varias cenizas candentes, que brillan con un color especial. La mezcla de rojos, naranjas y tonos azules hace que la atmósfera sea mágica. El ambiente es agradable e invita a hablar sobre la vida y las experiencias adquiridas durante todo un año. A nuestro alrededor se extiende un manto de pinos y robles escandinavos que hacen que sienta el abrazo de una entidad mayor que algunos llaman cursimente madre naturaleza y que yo prefiero no catalogar.
Pongo más madera porque la llama decae. El efecto de esta maniobra es un intenso resplandor que se apacigua a los pocos segundos. Hace calor y el fuego invita a disfrutar de una experiencia mística que hacía muchos años que no experimentaba. El fuego, ese amigo que se puede tornar en potente enemigo.
La charla continúa. Se habla del futuro, de la necesidad de emigrar para prosperar; también hay un espacio para el amor. De repente, suena una melodía estridente. Es entonces cuando mi amigo saca su teléfono móvil de un pequeño bolsillo. Tiene que irse unos minutos para que otros compañeros nos puedan localizar. Es entonces cuando empieza la soledad del bosque.
Son más de las 12 y no es totalmente de noche. Es lo que tiene Noruega. El Sol no sale por el este y acaba por el oeste, más bien da giros. Oigo correr a un animalillo mientras el viento mueve las copas de los árboles. Me relaja pero también me crea cierta zozobra pensar que algún desconocido pase por allí. Sé que este supuesto es prácticamente imposible, pero la soledad también puede crear cierta incertidumbre.
Pasan los minutos. Miro las brasas y el fuego que es capaz de quemar y purificar. La soledad del bosque me relaja y me activa; me ayuda a pensar y a tener un momento de reflexión que es difícil encontrar en el día a día.
En un momento escucho: -¿Nacho? Mi amigo ha vuelto y me doy cuenta de que ha pasado más de media hora.
Comentarios
Sin embargo cuado entras en un bosque, cuando te detienes a observarlo detenidamente, no como un turista canadiense en un parque natural, sino intentando obtener una vision global; no puedes dejar de tener esa sensación, y digo sensación porque no es en pensamiento o una idea o un concepto fruto del razonamiento lógico. Es una percepción, como el ver o el oir, físico, fisiológico incluso. La ilusión de un animismo tribal como si todo a tu alrededor estuviera vivo y se comunicase contigo, como si existiese un espiritu y una mente en cada roca y árbol, en cada grano de arena y en cada soplo del aire. La sensación, tal vez estupida de que existe una voluntad en cada atomo del universo y que todas ellas se comunican contigo al mismo tiempo.
Quien ha tenido esa sensación es capaz de comprender esas religiones primitivas que hablaban de los espiritus del bosque como una forma de acercar las mentes de los hombres al mundo en el que viven mucho mejor que las complicadas mitologías (tanto politeistas como monoteistas) de las religiones mediterraneas.
Ese estado de comunión con el ambiente se logra en situaciones "especiales", que ante todo requieren tu propia puesta a disposición, tu "buena" disposición, querer entregarte a "ello".
Un abrazo ¿Dónde andas?
PAQUITA