Historia de un secuestro 'legal' (II)


De la identificación y el encierro

Nunca me había imaginado en esa situación. Cabeza gacha, esposas en las muñecas y nerviosismo. Allí estábamos, en un furgón rumbo a no se sabe dónde. El vehículo corre mucho y da bandazos de un lado a otro. No tenía ni idea de dónde estaba, aunque después descubrí que no estaba tan lejos como imaginé en un principio. En esto que no vemos qué hay en el exterior, apenas se aprecia la luz parpadeante de la sirena que entra por un ventanuco situado en el extremo superior del coche policial. Silencio, alguna pequeña conversación en castellano y más silencio. Llamada de atención y después silencio. La procesión va por dentro, aunque nuestro espíritu mediterráneo tienda a expresarse hacia el exterior.

Es entonces cuando me entero de que mis amigos se encontraron a un chico ensangrentado que intentó agredirlos. Ellos no entraron demasiado al trapo y decidieron huir para no tener problemas. Al fin y al cabo ellos eran extranjeros en un país extranjero. En ese momento de escapatoria fue cuando vino la Politi y, sin mediar palabra, les detuvo. También me comentan que me decían que no me acercara por si acaso, pero ¿cómo no iba a preguntar por ellos? Eran mi visita y, como anfitrión, tenía que mostrar algo de responsabilidad. Así que ahí estábamos los siete, medio riendo porque ya se sabe que las penas con alegría se van. Si quererlo, en ese momento me acuerdo de uno de los puntos de la Ley Scout: "El scout sonríe ante peligros y dificultades". Y así lo intentaba hacer aunque, cuanto más pasaban los minutos, mayor era la zozobra que emergía, amén de la incertidumbre que se mascaba en el ambiente.

De repente uno de mis amigos suelta:
-"Y yo aquí con estos pelos"-. La frase resulta tan irónica y natural que se me quedó grabada el resto de la noche. Algo de razón llevaba. No es que tuviera las mejores pintas con una pequeña cresta que su peluquero se había sacado del sombrero.

El furgón se detiene. Parece que hace algunas maniobras para meterse en dependencias policiales. Y allí estamos. Silencio de nuevo. Nos van sacando uno a uno y nos colocan sentados en el suelo de un patio interior. Hace frío, mucho frío. Las manos, apoyadas en el suelo, empiezan a dolerme. La muñeca derecha empieza a quejarse. Pido que me suban la cremallera de mi abrigo, el cual había sido abierto previamente para inspeccionar mis ropas. El policía, que sabe un poco de castellano, me dice en un correcto inglés que no está autorizado. Debe de ser disciplina policial. No lo sé, pero hace frío.

Poco a poco voy viendo cómo identifican a mis amigos. Primero les hacen una fotografía en las manos y después otra en la cara. Es extraño, pero no toman una instantánea del perfil, eso lo deben dejar para las películas de Hollywood. En el patio interior hace frío. Pido permiso al policía para que me deje apoyarme sobre mis rodillas. Me lo concede y decido que está mejor en esa posición. La tensión me come por dentro. Al mismo tiempo me fijo en que tienen un gimnasio en la segunda planta. ¿Por qué me doy cuenta de eso? ¿Acaso no tengo cosas más importantes en las que pensar?

Me dirijo de nuevo al policía que sabe castellano. Es rubio, fornido. Le pregunto en inglés qué ha pasado. Le digo que me han detenido por preguntar. Él me responde, en mi lengua: -"Tus amigos han hecho algo malo"-. Ya nos han juzgado. No tiene la decencia de dar el beneficio de la duda.

Al fin llega el momento de mi identificación. Casi agradezco entrar en un sitio algo más caliente. Me hacen fotos. Primero a la cara. Decido mirar hacia abajo para ponérselo difícil. Pienso que ya que me han detenido por algo injusto, voy a tocar un poco las narices. Me dicen que mire a cámara, lo hago de reojo. Prueban otra vez y desisten en su intento; puede que ya me hayan cazado esa mirada que les retiro. Más adelante toman otra instantánea de las manos. Algo falta: ¿no me toman las huellas dactilares? ¡Qué raro! Otro mito más de Hollywood que se desvanece...

Al final me encuentro ante la puerta de la celda. Parece pequeña y no tiene iluminación natural. Además, el continuo ruido de un extractor parece no dar tranquilidad. En las próximas 15 horas voy a estar sólo, incomunicado, sin jersey y con una fina sábana para cubrirme mientras intento dormir sobre una tabla. Se espera una larga noche de pensar, reflexionar y exigir poder contactar con la embajada.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Con ganas de leer la continuación...
Intenso y emocionante relato!
Duende Crítico ha dicho que…
Gracias anónimo. Seguiré dentro de nada con la tercera y última parte.

Un abrazo.
Anónimo ha dicho que…
Hola, Man. NO sabía que también eras contador de relatos. El duende crítico ya forma parte de la lista de blogs de Hay que Ber. Todo bien por tu barrio y por tu edificio del año pasado, jejeje. Espero verte por Madrid antes de verano.
Lia ha dicho que…
Wenas!! No se si la historia te ocurrió de verdad o no, si es verdadera me imagino que estarías bastante confuso y que lo pasarías realmente mal.
Saludos!!
Javier García Ibáñez ha dicho que…
Hola, quiero darte la bienvenida a la blogosfera. Te tengo admiración y creo que vas a ser un gran periodista.

Estaré atento a tus "críticas" y reflexiones. Un abrazo

Javier García
Lvalera ha dicho que…
Naacho!! hola desde tierras españolas!! Dos cosas: la primera que me gusta como escribes, todo un fragmento de novela negra, quiero la tercera parte!! :-) y la segunda que espero que no este basado en hechos reales... ya nos contaras, cuando vienes? un saludo, cuidate!
Duende Crítico ha dicho que…
En primer lugar quiero agraderos a todos el apoyo que me estáis dando. Es un placer ver que a la gente le está gustando porque es eso lo que pretendo con un relato que cierto o no, pretende hacer una reflexión sobre el choque de derechos.

En cuanto a la vuelta definitiva a España... hasta junio aunque antes me pasaré :)

Un abrazo a todos!
Ego ha dicho que…
Dios, que fuerte...
una putada como una catedral
Y luego dicen que los nordicos son el paradigma del progreso en la sociedad occidental. Con su buena educación, su partido verde, su reciclaje, su retencion durante un mes y medio de activistas ecologistas en sus acogedoras celdas policiales a la espera de juicio, su caza de calderones indiscriminada en un rito de iniciacion a la edad adulta que parece sacada de la edad del bronce (y que ademas deja unas bonitas instantaneas del mar teñido de sangre y trozos de ballena esparcidos por la playa).
Si es que como dice mi abuela en todas partes cuecen habas aunque algunos se lo callan mas que otros.