Como en aquel fatídico 11 de marzo en Madrid, son los más humildes los que vuelven a sufrir las consecuencias de la barbarie terrorista. Hoy ha sucedido en Moscú. Otros días en Afganistán e Iraq. He llegado a la conclusión de que los fundamentalismos no se valen de palabras para conseguir adeptos porque, básicamente, sus ideas quedan desfasadas entre la población. Así que, para conseguir sus objetivos, se valen de la cobardía del explosivo. Sus argumentos no tienen cabida y, por eso, intentan llamar la atención con dolor y muerte.
El metro de Moscú ha sido un tétrico escenario de ataques. El medio de transporte que vertebra la capital rusa ha sido el objetivo; un objetivo sencillo para cualquier cobarde. Esperemos que el pueblo moscovita sepa superar este trance y que se haga justicia.
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