Estos últimos días se está labrando un posible acercamiento entre Cuba y Estados Unidos. No me refiero a una futura alianza entre dos sistemas antagónicos. Para nada. Lo que sí se está gestando es la realización de una cumbre bilateral entre el menor de los Castro y el presidente estadounidense, Barack Obama. Eso es lo que se está dando a entender desde la isla que, durante los últimos días ha sido protagonista al marcar futuras líneas rojas que no se podrían sobrepasar en el caso de que se produjera un diálogo con los vecinos del norte. Las instituciones cubanas parecen querer optar por el pragmatismo iniciado en la política exterior de EE.UU. Eso es lo que dan a entender. Quizá me equivoque.
Los gestos se están dando en todas las direcciones. Por un lado, los Estados Unidos han flexibilizado los viajes de particulares a Cuba e incluso han dejado a un lado algunos aspectos de la política de bloqueo económico a la isla. Desde la administración demócrata parecen darse cuenta de que lo mejor para acabar con un sistema totalitario es una apertura que permita una libre circulación de personas y, por ende, de ideas. También han acabado con la proyección de noticias y mensajes anticastristas desde los paneles de la norteamericana Oficina de Intereses (SINA), en un intento de mostrar a las autoridades cubanas un cierto respeto hacia su integridad como interlocutor.
Por su parte, desde Cuba también se están desarrollando gestos que ayuden a un diálogo que sería positivo para su economía, brutalmente afectada no sólo por la crisis internacional, sino por los huracanes que destrozaron la isla en 2008. Es cierto que Castro ha marcado unas líneas que no se han de sobrepasar, pero también ha disminuido su lenguaje "antiimperialista" con la retirada de carteles propagandísticos frente a la SINA o tendiendo la mano a Estados Unidos para hablar "entre iguales". Ahora sólo queda ver un anuncio que permita dar a entender una mejora de las condiciones políticas de los ciudadanos cubanos. Eso será más difícil, pero hay una oportunidad en el VI Congreso del Partido Comunista.
En este tira y afloja habrá sus más y sus menos; sus momentos más brillantes y más oscuros. Las líneas rojas marcadas por la plana castrista serán un obstáculo a la hora de ponerse a negociar aspectos económicos y políticos en Cuba. Seguramente no se toque este último aspecto en el intento de empezar una colaboración fructífera entre ambas administraciones (la cubana y la estadounidense). Eso no quiere decir que los cubanos no se encuentren ante una encrucijada porque una mejora en las relaciones diplomáticas hará caer el mito del enemigo que acecha constantemente. Ahí es donde debe incidir EE.UU. si realmente desea lo mejor para Cuba. Para ello debe colaborar y no atentar a la independencia del país caribeño. Hay que dar el brazo a torcer, sabiendo qué es lo que se tuerce realmente.
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