Él lo había estado pensando durante un tiempo; nada volvería a ser como antes, nada volvería a ser como ahora. Hacía poco que se había enterado a través de unas confesiones sinceras propiciadas por ese homenaje etílico y, para cuando podía disfrutar de su nueva situación, el destino le había otorgado uno de sus grandes sueños. Tenía que irse y mirar hacia delante, a pesar de que quería seguir mirando hacia el presente y construir un nuevo futuro. Y es que las nuevas fronteras que se abrirían le hacían ir lejos de lo que quería, de su casa y de sus amigos. Así se encontraba nuestro joven protagonista, inmerso en la confusión de quien no sabe cuáles serán las consecuencias de una elección razonada pero quizá no razonable.
Pasaban los días, pasaban las horas, pensando que este podía ser su último segundo. Pero el tren finalmente tocó, era el momento de irse a ese norte tan frío, tan distinto, tan espeluznante. Allí se quedaba ella, abrigada en la incertidumbre de un año extraño. Allá se iba él, pensando en que ojalá se produjera ese tiempo muerto que permite replantear las cosas y marcar nuevas estrategias.
Y los dos estaban en trenes distintos, con diferentes destinos, pero en la misma estación.
Pasaban los días, pasaban las horas, pensando que este podía ser su último segundo. Pero el tren finalmente tocó, era el momento de irse a ese norte tan frío, tan distinto, tan espeluznante. Allí se quedaba ella, abrigada en la incertidumbre de un año extraño. Allá se iba él, pensando en que ojalá se produjera ese tiempo muerto que permite replantear las cosas y marcar nuevas estrategias.
Y los dos estaban en trenes distintos, con diferentes destinos, pero en la misma estación.
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