Y ahí estaba ella con su gorro de lana y su chaqueta raída de Zara. 1'65, cerca de 48 kilos y rompa ancha. No es que fuera una enferma de esas que se saltan con locura las medidas normales y que consiguen hacerse daño a base del "dulce" tacto de los dedos sobre la campanilla. Más bien era otra cosa, lo que algunos engreídos llaman "despojo humano" y otros califican de "sin techo". Puedes imaginar que me la encontré pidiendo algo con lo que pagarse un cartón de vino, pero la situación en la que me topé con ella fue bastante curiosa, para qué vamos a mentir.
Imaginaros la situación. Martes, una del mediodía. Notas que la semana empieza a correr pero lo hace con una velocidad bastante lenta que consigue agotarte en pocas horas. La verdad es que tengo la suerte de tener a tiro la facultad por lo que puedo ir a la misma andando en unos 20 minutos que consiguen reanimarme. Pues cuando me encontraba subiendo una cuesta (sí, de esas que cuestan) veo que hay un coche de la policía municipal parado a un lado junto con dos furgonetas de Seur. "¡Qué raro!" - pienso - No creo que hayan encontrado drogas en los vehículos de mensajería. Y no, no eran drogas. En el interior de una de las furgonetas estaba nuestra chica, de mediana edad, encerrada en la cabina. Los cuatro mensajeros, mientras gritaban desde la calle para que abriera a lo que la policía respondía con cara de circunstancias. De lejos me encontraba yo junto con un hombre haciendo gala del cotilleo español. Nos mirábamos, pero no decíamos nada. Sólo observábamos como quien se deleita con un programa de "telerealidad".
Años atrás, antes de empezar a meterse caballo, debía de ser guapa. Ahora las arrugas pueblan una cara llena de mugre oscura que le hace lucir un tono morenito. Me la imagino con su pelo castaño montando en la moto de su novio al salir del instituto o charlando con las amigas mientras toma un café. A esto que los abnegados trabajadores ven como Lucía (llamémosle así) decide salir. Se tapa, parece que está nerviosa por otra cosa que no es la situación. De su chaqueta empiezan a salir cd's, bolígrafos e incluso un muñeco de coche gracias al esmerado cacheo de uno de los currelas.
- "¡Me he ido a una entrega y se me ha metido dentro" - se lamentaba uno calvito y con cierta barriguita cervecera.
- "Si es que hay que estar más atento -le recriminaba uno más joven- que sino nos desvalijan todo y dile después al jefe..."
Lucía mientras intentaba explicarse, pero la bajita y ronca voz que salía de su cuerpo no le daba para más. Seguramente en ese momento no estaba acordándose de esa ocasión en la que Luis le dio un húmedo beso de tornillo. Tampoco le venía a la cabeza la ocasión en la que su madre le dijo que ya estaba cansada de que le quitara dinero para comprarse un pico. Sólo pensaba en cómo salir de ahí viendo que estaba rodeada por ocho polis y cuatro currantes.
No sé qué pasó después. Quizá encontró a ese príncipe azul que le saque de tanta mierda o puede que se encontrara a ese otro príncipe que tiene que volver pasado un tiempo de subidón. O a lo mejor me he equivocado y Lucía vuelve tan tranquila a la oficina. No lo sé, tampoco me interesé en una urbe tan deshumanizada como Madrid.
Comentarios
Un salud de Rasputín
Curiosa entrada, de verdad.
Un saludo pensativo.
Navegante esa es la dicotomía de las grandes ciudades. A la par que curiosos somos "pasotas". ¿Qué te ha parecido esta experiencia?
Un saludo a todos.
Pero, si pienso en encontrarme ante una situacion asi......sinceramente, no se cual seria mi reaccion, te mentiria si te dijera como reccionaria, pues no lo se.
Un saludo
Un abrazo,
Mario
Un saludo y gracias por la felicitación sabiendo de quien viene ;)
Pobre chica...
Un beso.
Lo de esta chica es que después me dio que pensar mucho. Por eso lo trasladé aquí.
Por cierto, gracias.
Un besete.