Ha nevado en Bagdad. Resulta que es la primera vez en la reciente historia del país. El manto blanco ha cubierto con una fina capa las polvorientas calles de la capital iraquí y con ella ha colmado, en parte, la ilusión de los más pequeños. ¿Para cuándo más alegrías para esos locos bajitos? ¿Se acabará la sangría que sólo sirve para rellenar los últimos minutos de las secciones internacionales de los telediarios? ¡Quién sabe! Mientras tanto, los niños ven cumplido uno de sus deseos aunque en realidad son nuevos en esto: no saben nada de trineos o de muñecos con zanahoria y gorro. Esperemos que esta impoluta nieve no se vea manchada de sangre. ¡Pero qué digo! La sinrazón de los radicales místicos, esos que aman más la muerte que la vida, se encargará de teñirla de rojo, un rojo que parece más vivo que nunca.
Dicen que la razón de esto es que la confluencia de dos capas de aire, una fría y seca procedente de Siberia y otra templada y húmeda que venía del Mar Rojo han hecho que nieve. Será cierto, pero a veces uno prefiere creer, aunque le resulte difícil, que hay otras razones. Pero son pocos los que se paran a pensar y siguen con su rutina de violencia, trabajo o de ocio en un Iraq cuyo futuro todavía es incierto.
Un policía de tráfico, llamado Murtadha Fadhil, dice que "es una señal de esperanza". Quiero creerle y por eso comparto con él estas palabras: "Espero que los iraquíes purifiquen sus corazones y que los políticos trabajen por la prosperidad de todos los iraquíes". No hay más que añadir.
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