Adiós Mostar


15 años se dicen pronto. Esas son las primaveras que nuestras tropas han respirado en la ciudad bosnia de Mostar de la que ahora mismo se despiden. Reconstrucción, mantenimiento de la seguridad civil o limpieza de amplias zonas repletas de minas son algunas de las labores que han desempeñado los soldados españoles. Parece ser que es el momento de que dejen el testigo a otros y se vayan de una tierra llena de contrastes culturales y sociales. Es hermoso poder ver en un mismo país una mezquita frente a una iglesia en Sarajevo o un mercado abarrotado de pimientos amarillos, sujomeso o paprika. Frente a esto, a uno se le cae el alma a los pies cuando ve casas repletas de plásticos que hacen la función de cristales o calles que más bien parecen caminos de carretas en vez de vías asfaltadas. Esto, si no contamos las extensas áreas por las cuales no puedes pasar ya que alrededor de ellas hay unas malditas cintas de plástico en las que se puede leer: "Danger".


Bosnia es un país que puede hacer a más de uno reflexionar. Ortodoxos, católicos y musulmanes intentan superar sus diferencias después de una guerra fraticida inspirada por la religiosidad extremista y los nacionalismos en su máximo auge. Es una labor difícil, es verdad, pero el día a día debe ser el marque el ritmo de vida de un pueblo que ha sufrido muchísimo más de lo que nos imaginamos y que incluso prohíbe la entrada de armas, mediante carteles que me impresionaron, a tu centro de trabajo. Los estragos de nuestra existencia se hacen mayores cuando vemos por las calles comerciales del centro de Tuzla a un anciano pedir mientras se encuentra postrado en una silla de ruedas que permite ver las piernas sin piernas. Nuestras penas quedan ridículas en el instante en el que por delante de nuestros ojos pasan unos hammers estadounidenses que nos recuerdan que la gente todavía puede darse de tortas en cualquier momento.


Los Balcanes es lo que tienen. Son el lugar de choque de culturas orientales y occidentales condimentadas por algunos fanáticos que se hicieron notar más de lo que representaban realmente. Hoy esos "iluminados" parece que están siendo enterrados entre una ciudadanía que se interesa más por llegar a fin de mes que por si su vecino es musulmán u ortodoxo. La tensión existe, es cierto, pero está disipándose gradualmente por los deseos de trabajar y levantar unos países que disfrutaban, no hace tantos años, de un nivel de vida más que digno. Los niños serán los que tengan la misión de devolver la dignidad a los Balcanes, en general, y a Bosnia, en particular. Sin lugar a dudas, esta es una labor que se torna dura y larga.


Sus gentes, sus costumbres, su gastronomía, sus paisajes, hacen del país que van a abandonar nuestros reclutas, un lugar insdescriptible que incita a mandar por saco el patriotismo, la religión y la tontería de muchos. En esta tierra ni la misma naturaleza, esa gran olvidada, se respetó. Junto a un robledal o un monte de ensueño, se abre una brecha plagada de cruces y medias lunas blancas que brillan como la cal del paraíso. Los pequeños detalles son los que nos recuerdan, durante la estancia, la realidad de una comunidad que se dejó llevar por los peores y más despiadados sentimientos del hombre. "¡Pobres bosnios!"- se decían algunos listillos en Bruselas, mientras se exterminaban a pueblos enteros o se violaban a miles de mujeres y niñas para deleite de unos soldados borrachos y drogados de una sangre caliente que se mantenía en sus mejillas.


Hoy es un día en el que ni la alegría ni la tristeza se hacen hueco. Por una lado, la vuelta del contingente español hace prever una mejora de las condiciones en la zona. Por el otro, todavía quedan dudas de que pueda manterse por sí misma una Bosnia independiente que cada día se queda con menos soldados extranjeros. El sargento Miralles y el cabo Schuz, dos militares que pude conocer por las calles empedradas de Mostar, vuelven a sus casas para alegría de sus familiares. Antes han decidido dar un homenaje a los bosnios en la Plaza de España de la ciudad. La "Marcha Real" se ha hecho un hueco con unos últimos acordes llenos de melancolía por un país que, con sus contradiciones, se hace querer desde el mismo instante en el que una madre y un padre te llenan de besos o un amigo, al que no le sobra el dinero, te regala unas maravillosas obras de plata que cuestan más de 10 marcos. Desde mi lejanía clamo con todo mi sentimiento: adiós Mostar, adiós Bosnia.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
La verdad es que los Balcanes han sufrido mucho y nuestras tropas han hecho allí mucho. Esperemos que las cosas no vuelvan a torcerse...
Duende Crítico ha dicho que…
Si se han ido nuestras tropas de allí será porque la situación está más o menos estabilizada, algo que no creo...

Anhelemos que todo siga más o menos "bien".